¿Qué debes hacer ahora?

¿Qué debes estar haciendo en este momento?

¿Cuál es la deuda con la que te has comprometido y debes pagar con acción?

Ciertamente el deber es estar en deuda, y se siente un peso1, una carga, un gravamen.

El deber emana un peso que al sentirse se piensa (pesa)2.

La deuda se siente; hay un sentido de deber.

Cuando uno siente que debe estar haciendo algo, puede recordar qué debe hacer o no, pero el sentido allí está.

Del deber se pueden pensar dos cosas:

  1. el deber como un código de honor como cumplimiento de normas y moral,
  2. y como algo más profundo, aquella sensación que viene de la contemplar que para obtener algo se debe hacer algo para conseguirlo; y es más profunda porque la primera depende de esta segunda.

EL DEBER EN LA COGNICIÓN

Cuando uno siente el deber de cumplir algo, uno inherentemente está haciendo uso de la cognición, porque uno está conociendo el estatus actual desde ese sentido.

Entre sensibilidad e inteligibilidad nace el sentido del deber.

Otros animales también experimentan el deber sin la complejidad semántica como la que el humano se ha narrado. E.g., un perro siente el deber de cuidar la casa del dueño.

En lo más profundo del deber: comer para calmar el hambre, descansar para recargar energía, etcétera, son también deberes de carácter instintivo, pero es cuando en las especies se forman grupos, sociedades, roles, entonces el sentido del deber se hace más complejo entre emociones, moral y más allá con la lógica individual.

DEBER Y EMOCIÓN

Cuando alguien experimenta el deber, suele aparecer una carga afectiva: puede sentirse como presión, incomodidad, urgencia, incluso culpa si no se actúa. Eso lo hace parecer una emoción.

Sin embargo, en la mayoría de marcos psicológicos y filosóficos se entiende más bien como un estado motivacional con base en normas, valores o ideales.

La emoción acompaña, pero no lo constituye.

Podemos pensar en un plano donde el deber es la dimensión X y la emoción la dimensión Y, el plano sobre el que se traza la correlación de ambas dimensiones en el individuo sería el deber A y la emoción B.
Podemos pensar en diferentes planos por emoción donde X es el deber y Y la emoción (“Y” puede ser emoción A, B, C, etc.) un mismo deber puede causar diferentes funciones en las emociones dependiendo el individuo. A medida que el peso de X sube, Y aumenta en función de esa correlación. La persona F puede sentir gran tristeza con un deber, y la persona G con ese mismo deber experimenta gran irritación.

Para algunos se siente más la carga del deber que para otros.

Un mismo deber puede estimular diferentes emociones entre individuos, como también coincidir en la misma emoción

Cuando nace un hijo unos sienten la carga de su cuidado, pero con mucha alegría, otros con poca, otros con irritación, otros no sienten ni la carga del cuidado.

Lo mismo un proyecto que acabas de comenzar, sabes que debes dedicarle su tiempo, y dependiendo la situación, para unos puede ser con entusiasmo, y para otros con aburrimiento.

También hay situaciones que debes despedirte de alguien que amas, el deber se puede volver desgarrador con la tristeza que implica.

Entonces las emociones se sienten, y podríamos decir que el sentido de la emoción es un sentido más para el resto de sentidos3, tal como el sentido del deber es otro sentido más, solo con la diferencia de que el resto de sentidos se percatan de cosas físicas (fenomenales), mientras que los sentidos del deber y la emoción se percatan de cosas mentales (noumenales).

La magnitud del peso del deber, y la emoción que desencadena con su respectiva potencia, ambas dependen del conocimiento y creencias con los que el individuo rige su vida consciente e inconscientemente.

DEBER Y CONVENCIONES

El peso del deber depende de las creencias, la cultura, la formación con la que el individuo fue moldeado por las acciones de su ambiente y las reacciones de su herencia.

El deber implica una evaluación interna: “hay algo que debo hacer porque es correcto, necesario o coherente con lo que creo”. Aquí interviene la conciencia moral, o las normas aprendidas.

Así como el deber no es emoción, tampoco es memoria per se; esta última es una herramienta para este sentido.

Cuando olvidas el detalle (“sé que debo hacer algo, pero no recuerdo qué”), lo que se activa es el esquema de deber: la mente detecta que hay una tarea pendiente de acuerdo con una regla interna, mientras el peso de ese deber incita intentos recurrentes para poder recordar.

En el fondo del individuo está su pacta sunt servanda4; el peso es proporcional al interés por cumplir el compromiso pactado, dicho vulgarmente: quedar bien con el/la/lo que se compromete.

Las diferentes convicciones de los individuos son los supuestos aceptados como verdaderos, sean empíricos (“el azúcar en exceso hace daño”), morales (“la vida humana tiene valor”), culturales (“hay que respetar a los ancianos”), o incluso religiosas (“dios me sana”).

El entorno alínea a los individuos causando un sentido similar de la vida y sus deberes, pero que sea convencional no significa necesariamente que sea correcto.

EL DEBER EN LA MORAL (BIEN Y MAL)

“El mundo descansa en los hombros del justo.”

Arriba se mencionó la evaluación interna, donde existe una alineación con los estándares de uno: lo correcto, lo necesario o lo coherente con lo que uno cree.

Lo correcto es necesario y puede ser coherente con lo que uno cree o no.

Lo necesario puede ser correcto o no, y puede ser coherente con lo que uno cree o no.

Lo coherente con lo que uno cree puede ser correcto o no, y puede ser necesario o no.

Fuera de que si el bien y el mal son fuerzas, o son esencias reales del universo; recordemos que estas, como el propósito, son reconocidas por las inteligencias lógica-semántica en su campo conceptual, donde a partir de las sensaciones se definen conceptos más complejos.

La sensación da un concepto (y con ello un sentido mental).

El deseo da un propósito.

El pesar da un deber.

El bienestar es el bien.

El malestar es el mal.

En todos puede jugar la subjetividad, pero también la lógica puede participar en la definición del bien y del mal, siendo objetivos al definir que aquel que habla de bien y mal, es que ha observado y sentido cosas que independientemente de la razón, se sintió bien o se sintió mal, y quién siente es un ser vivo.

Entonces el bien y mal más objetivo que pueda existir es el que se alinee con la naturaleza más general de quién lo contempla, en este caso la vida es lo más general en los seres vivos.

Sin seres vivos ¿qué importa que se acabe el universo? Nada. La sensación de que algo importe es solo de los seres vivos.

Entonces el bien es todo aquello que sirva a la vida, y el mal es todo aquello que la perjudique.

Pero la complejidad del mundo es un nudo gordiano para el deber y su moral, y la justicia permanece indefinida.

El justo será justo entre más sus acciones se alinean al bienestar común objetivo, balanceado con el bienestar propio objetivo.

Lo que sea que “objetivo” para ambos “bienestares” signifique, la respuesta más óptima yace oculta de nuestra razón, y nuestro futuro depende de esa alineación consciente o inconsciente.

Entonces podemos decir que el bien es cuidar la vida, protegerla y hacerla crecer.5

En ocasiones el sentido del deber se relaciona con el llamado del deber, aludiendo a la protección de la patria tanto militar como ciudadana.

Pero no es el único bienestar que la vida necesita, y se extiende más allá de una sola actividad, más allá de una nación, más allá de una especie.

Existen niveles del deber (propios, civiles, ecológicos) como círculos concéntricos, i.e., sin ti el ecosistema puede seguir, pero sin el ecosistema, tú no.

Al final de cuentas las convicciones dan norte al compás moral; cuando la mente contempla la narrativa y sus razones subjetivas, el individuo comienza a sentir el peso moral, siente la deuda, siente el deber.

Cuando alguien te ayuda, sientes que debes re-pagarle de alguna forma, cuando hieres a alguien sientes que debes de repararlo, cuando alguien confía un secreto contigo sientes que debes guardarlo, etcétera.

No todos sienten el peso del deber en cualquiera de estos casos, y eso depende del compás moral de cada individuo.

Sería ideal que los seres sintientes con inteligencia lógica-semántica (como el ser humano) pudieran alinear su goce con su deber, ya que de esa manera pudieran actuar correctamente en dirección hacia el bienestar objetivo de manera natural, pero no es así.

Y tal vez esa sea la misma razón natural del deber: calmar el goce con lo que se tiene que hacer para alcanzar el objetivo.

Por eso la misma vida naturalmente desenvolvió la sensación de este peso que eventualmente el humano ha llamado: deber.

La vida tiende a sostener su existencia y mantenerla.

Para que la vida persista debemos preservarla.

Y todo lo que eso conlleve.

  1. La subjetividad juega un papel importante en qué tan pesado se siente el deber, como también la dimensión emocional donde se siente su peso. ↩︎
  2. La etimología de “pensar” viene de “pesar”; como dar masa virtual a una idea, siendo tal el enfoque de la atención. ↩︎
  3. Vista, oído, tacto, gusto, olor, termocepción, equilibriocepción, propiocepción, nocicepción. ↩︎
  4. “Lo pactado debe cumplirse.” → Expresa el deber de honrar compromisos y acuerdos. ↩︎
  5. Desafortunadamente la complejidad de cuidar la vida a veces también implica la destrucción parcial de ella, e.g., la sobrepoblación de venados acaba con mucha planta importante en el ecosistema y se soluciona con un incremento suficiente de lobos. Ver la Catástrofe Malthusiana ↩︎

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